EL JUEGO EN LOS PERROS (Y EL INSTINTO DE CAZA)
Jugar con nuestros perros es divertido. Por eso lo hacemos, ¿verdad? Sin embargo, a veces, el juego no sale como nos lo habíamos planteado: le tiro la pelota, pero no la trae; jugamos con un mordedor, pero no suelta… Entonces, el juego ya no es tan divertido… y, al final, algunos/as guías tiran la toalla; otros terminan por desesperarse y creer que sus perros no saben jugar.
Somos así.
Y, en parte, estos guías y estas guías tienen razón.
El perro no sabe jugar, porque nosotros no hemos sabido enseñarle a jugar. Duele un poquito en el orgullo, pero es así.
No se nos ha ocurrido pensar que, quien no sabe jugar, ni ha sabido enseñar a jugar (lo que en el ámbito de la educación canina se conoce como estructurar el juego), somos nosotros, y es que jugar con nuestros perros no es más que reinterpretar conductas instintivas que ellos reproducen/reproducirían en la naturaleza.
¿Y qué quiere decir eso?
Que jugar con nuestros perros supone aprovechar el instinto de caza de nuestros perros o alguna de las conductas que forman parte de este: la conducta de acecho, de caza, de presa, el cobro…
Los instintos del perro en el juego
En uno de los últimos seminarios a los que asistí pusieron un ejemplo muy visual para estructurar el juego. Imaginemos que estamos enseñando a jugar a nuestro perro con un mordedor: ¿con qué instintos estamos “trabajando” ahí? Con el instinto de caza, y, a su vez, pues forma parte de este, con la presa; depende de cómo juguemos, incluso con el de muestra o cobro: esto son tecnicismos que no importan mucho ahora la verdad.
Al no tener presente lo anterior, muchas personas inician mal el juego: un ejemplo más visual nos ayudará a hacernos una idea más clara. Imaginemos ahora que no tenemos un motivador en las manos, sino que el perro persigue o intenta atrapar a una presa. Si esa presa, de golpe, desaparece a toda velocidad del campo de visión del perro, sube dos metros de altura o aparece en la otra mano “por arte de magia”, será muy difícil generar interés en el juego. ¿No te parece?
Así jugamos a menudo con nuestros perros: les empezamos a motivar y, de repente, nos olvidamos de que son esos movimientos que incitan a “cazar el juguete” los que les atraen; esto mismo ocurre con un motivador que solo se mueve de un lado al otro y que no incita al perro a venir, a perseguirlo y a “luchar” por él. Por descontado, además, son estos mismos movimientos los que generan interés: debe ser el perro quien agarre el mordedor, y no nosotros quienes se lo metamos en la boca. Se entienda la diferencia, ¿verdad?
¿Para qué nos sirve el ejemplo anterior? Para tener claras varias cosas:
Primero, el juego debe estructurarse, lo que significa marcar unas normas claras: jugando con tu perro, ni ganas ni pierdes, por eso es divertido para los dos. Unas veces sueltas el mordedor tú, otras le pides que lo suelte él, y el juego continúa…
Segundo, el juego debe ser divertido para el guía y para el perro, esto atiende tanto a la elección como a la ejecución.
Tercero, los perros necesitan estimularse con distintos tipos de juegos que sacian otros instintos (un ejemplo es el instinto de rastreo/venteo y la importancia de los juegos de olfato)
Cuarto, El juego ni mucho menos sirve únicamente para saciar instintos: eso es un error muy común, pero en cachorros también ayuda a educar, ritualizar conductas, conocer límites, resolver conflictos y fortalece vínculos; en perros adultos, mejora la sociabilidad, ayuda a intercambiar roles jerárquicos y libera tensiones, entre otros.
Quinto, el ejemplo “de los conejos” muestra dos formas no aceptables ni justas (ni divertidas) para el perro durante el juego. Y si no es divertido para el animal, antes o después, perderá el interés o desarrollará estrategias para conservar el juguete/protección del recurso, puesto que ni él entenderá lo que le pedimos ni nosotros habremos sabido enseñarle a jugar (algo que siempre debe ser cooperativo en cualquier faceta de nuestras vidas, y de las suyas).
Hay una gran variedad de instintos en el perro, pero la caza —a lo largo de sus fases— recoge buena parte de ellos: el acecho, la caza, la presa y el cobro. Es el instinto que tiene más peso en el perro, porque junto al hambre (evidentemente), el sexo y el miedo, es imprescindible para la supervivencia en estado salvaje. Por todo ello, es muy importante enseñar a jugar; ¿y cuántas formas tenemos de jugar con nuestros perros? Pues un montón, así que yo solo os pondré un ejemplo de estructurar el juego con un mordedor/motivador; si tenéis dudas, ¡preguntad sin miedo!
Cómo estructuro el juego con un mordedor o motivador
Previamente, he enseñado la orden suelta al perro (podéis leer el artículo sobre coger y soltar objetos aquí) con dos juguetes iguales: esto nos permite luego jugar con uno de forma estructurada.
Llamo al perro por su nombre y le enseño el juguete. Antes de empezar a jugar; inicio el juego con el comando/palabra que, poco a poco, el perro asociará a jugar —es importante que los tiempos de juego estén limitados—. Puedes usar un ¡a jugar!, ¡juego!, o similar.
En el desarrollo del juego, le incito a perseguir el juguete con movimientos propios de una presa (se lo muestro, lo alejo de él; le incito a cogerlo) y le dejo apresarlo tras un par de intentos. Hay que tener presente nuestro tono de voz y la intensidad gestual/corporal, que nos ayudarán a motivar al perro.
Después de que el perro haya apresado y ganado un par de veces el juguete, detengo el juego (en mi caso, si no se ha trabajado el comando “suelta”, no suelo introducir orden de soltar hasta que el juego haya adquirido ya cierta estructura y el perro sepa qué esperamos de él) y espero a que suelte; si él intenta continuar el juego, y estira, muerde, etcétera, me mantengo pasivo; cuando suelta, vuelvo a iniciar el juego.
Dejo siempre que el perro disfrute del juguete y lo “gane” de vez en cuando. Las primeras veces que se lo “gano” yo, se lo lanzo bastante rápido para que el perro entienda que el juego sigue.
Para motivar mucho al perro, sobre todo al inicio del juego, puedes generar cierta frustración en la presa (que no consiga cogerlo), con algún quiebro, lo que hará que el perro aumente la intensidad de la conducta.
Una vez quiero dejar de jugar, marco el final del juego (con un ¡fin!, por ejemplo), recojo el juguete y dejo de jugar. Los mordedores o juguetes con los que jugamos de forma cooperativa, nunca quedan al alcance de los perros fuera de las sesiones de juego y, de este modo, nos aseguramos de que no pierden valor para ellos, siendo un recurso muy útil para las sesiones de obediencia cuyo refuerzo es el juego.
Estructurar el juego con mordedor así nos ayudará a canalizar conductas naturales del perro en estos ratos de esparcimiento para los dos y evitaremos malos hábitos, así como que el perro tenga que saciar instintos a través de conductas que no queremos en casa. ¡Y lo más importante de todo! El juego es una de las formas de mejorar más el vínculo entre los dos.
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